En ese instante, Cara quiso que la tierra se abriera y la tragara. Jamás había sentido tanta vergüenza e intimidación. Aquella era una mujer de cincuenta y tantos años, muy hermosa. Pero al mismo tiempo, con un aura que le hizo estremecer el cuerpo.
—¡Mamá! —la reprendió Bastiaan—. No tienes por qué tratar a las personas de ese modo, además que: ¿no ves que ha venido conmigo?
La mujer caminó un poco más hasta donde ellos se encontraban, y la miró de pies a cabeza.
—Entonces no estoy equivocada, si es tu empleada debe entrar por el área de servicio y no por la puerta principal —expresó enarcando una ceja.
Cara no se atrevía todavía a moverse, puesto que era obvio la tensión entre madre e hijo. Era como si estuvieran en una guerra por el control y poder. Entendió perfectamente de dónde Bastiaan había heredado el querer dominar todo y a todos.
—Disculpe, señora Karagiannis —ella los interrumpió aclarándose un poco la garganta—. Es mi error, creo que todavía estoy un poco desorientada