Todavía el ambiente estaba tenso en la mesa, pero Minerva hacía como si no pasara nada. Astrid apretaba los puños al verla tan imponente.
—Siéntate a la mesa de una vez por todas —le dijo su tía.
—No voy a sentarme a la mesa, se me quitó el hambre…
—Les diré a las empleadas que cierren la cocina, después de que terminemos de cenar —Minerva la miró y enarcó una ceja—. No podrás comer, ni siquiera prepararte un sandwich.
—Siempre puedo pedir una pizza o ir por unas hamburguesas, lady Minerva —replicó Astrid dándole una sonrisa sarcástica—. Ahora me voy a mi habitación, tengo incómoda la vista.
Bastiaan tamborileaba los dedos sobre la mesa, mientras miraba fijamente a su progenitora. La idea de que viniera a América ya no le parecía muy bueno, a pesar de que solo lo había hecho, porque quería otra opinión médica sobre su estado de salud.
—Es increíble el comportamiento de esa niña —la mujer mayor se quejó, y miró a su hijo con indignación— ¡¿Te diste cuenta cómo me trató, Bash?!
—Si