La tarde transcurrió de manera rápida, y cuando Astrid y Cara se dieron cuenta, ya había anochecido.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Astrid un poco sorprendida—. Casi es hora de la cena, hemos estado aquí todo el día.
—Sí, el tiempo corre tan de prisa…
—Lo bueno es que ya no tendré a Bastiaan monitoreando cada uno de mis movimientos —soltó una risita.
—Es mejor que nos vayamos a casa —Cara entornó los ojos ante aquel comentario, porque era obvio que desde el momento en que le había enviado un mensaje a su primo para darle a conocer su número nuevo, el aparato telefónico fue bombardeado.
Se estaban subiendo al vehículo cuando una vez más Bastiaan llamó.
—Esto es muy incómodo, pero eso ya lo sabías —se quejó ella en voz muy bajita— ¿Quieres que Astrid se dé cuenta?
—¿De qué eres más que una amiga de la familia? —él replicó con burla— ¿De qué estamos juntos?
—¡Bash…! —chilló—. Hablaremos cuando llegue a casa.
De su pecho salió un jadeo de asombro, por lo último que dijo “casa”. Negó con l