Milo

Las puertas del elevador se abrieron. El trayecto esta vez le resultó muy corto. Bueno, no estaba mal. Caminó a la par de su compañero y salieron del edificio. Una paz se adueñó de Eliel. Era… agradable.

—Bueno, supongo que nos vemos maña…

—¿Quieres ir a por un té? —preguntó súbitamente.

La pregunta se le escapó sin pensarlo. Miró de soslayo al chico, el rostro de Milo estaba lleno de asombro. Supuso que no era para menos, hasta él se sentía un tanto sorprendido ante semejante pregunta. ¿Qué tan descabellado sería ir a tomar un té con su compañero de trabajo? De hecho, de descabellado no tenía nada; lo que sí era descabellado era que se trataba de Milo, ¡Jesús! Debió pensar antes de soltar semejante pregunta.

—Eh… ¿Seguro?

Dudó, pero ya no podía dar marcha atrás.

—Sí, vamos —enunció. Comenzó a caminar, Milo a su lado—. Conozco la mejor cafetería. La única que sirve una gran variedad de exquisitos tés. En lo personal, me gusta solo uno.

—Eso suena bien para mí —alegó Milo.

Asintió. No,
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