Dulce Prohibido
Dulce Prohibido
Por: Paola Arias
Renuncia

El silencio que se había formado entre Demetrius y yo era interrumpido por el golpe de mis uñas en el cristal de mi escritorio. El hombre que me había servido por más de dos siglos mantenía la cabeza gacha, la mirada fija en sus zapatos como si fuera la mejor de las entretenciones y sus manos entrelazadas hacia delante, quizás tratando de encontrar en su cabeza una explicación más razonable que la que me había acabado de dar.

¿Renunciar? ¿Acaso me estaba jodiendo o solo trataba de gastarme una broma? ¿Desde cuándo el vampiro que había nacido para servirme tenía el poder para renunciar?

—Espero que no estés olvidando con quién estás hablando — dije, mirándolo fijamente—. El contrato está hecho desde mucho antes de que nacieras y no hay nadie en este mundo que pueda romperlo. 

—Su padre lo ha cancelado. 

Fruncí el ceño, desconcertada por lo que acababa de decir. Mi padre era el líder del clan de Londres, el más antiguo vampiro de todos los tiempos y uno de los tres más poderosos de todo el planeta tierra. Tenía el poder de hacer lo que quisiera con todos nosotros, pero ¿por qué tenía que meterse en mi vida y darle derechos a mi mano derecha para renunciar?

—¿Por qué? ¿Acaso te he tratado tan mal para que, después de tantos años a mi lado, decidas dejarme? 

—No, señora — respondió rápidamente, agitando la cabeza con fuerza—. Usted ha sido muy buena conmigo y me ha tratado muy bien, pero...

—Pero ¿qué?

Esta situación empezaba a fastidiarme. Demetrius sabía que no era alguien paciente y que no me gustaba que se hicieran con rodeos. 

—Su padre me ha enviado a Escocia. ¡Es lo único que puedo decirle! Ahora le debo mi lealtad a él. 

—No voy a aceptar tu renuncia. Mi padre no tiene ningún derecho a hacerme esto. 

—Señora, por favor, no se meta en problemas con su padre. Siempre la voy a estimar, han sido muchos años que he estado a su servicio y, créame, tampoco es fácil para mí seguir las órdenes de alguien que no sea usted.

—¿Por que estuviste de acuerdo o es que Lord Bacon no te dio otra opción? 

Titubeó, cada vez más nervioso por mi interrogatorio.

—Su padre ha requerido de mis servicios y dio su palabra de dejarme regresar con usted cuando mi trabajo haya terminado en Escocia.

—Bien, si ya tomaste la decisión, no me voy a oponer. 

—¡Gracias, señora! — hizo una reverencia antes de enderezarse por completo y hacerme entrega de una carpeta—. He estado buscando al mejor candidato para que la ayude en todo lo que requiera, pero han habido pocos interesados en trabajar bajo su mando. 

—Es difícil encontrar un vampiro de servidumbre suelto y lo sabes. Me irrita que mi padre no quiera amoldarse a la época actual y quiera seguir arraigado a la suya. Estamos en el siglo XXI, donde la tecnología supera a los libros antiguos y máquinas de escribir que él sigue usando. Es estúpido que siga asignando servidumbre a los miembros más altos del clan. 

—Le doy la razón, mi señora, pero bien dijo que existimos para servirles y somos instruidos para guiar a nuestro amo. 

Detestaba que usara la palabra «amo» frente a mí, como si ellos fueran perros en lugar de vampiros. 

—Tremenda ridiculez — resoplé, abriendo la carpeta y encontrando un currículum de un hombre bastante joven. 

—Wyatt Bennett es el único que se postuló y, sorpresivamente, pasó cada una de las pruebas. No estaba seguro en darle su currículum, puesto que no he encontrado mayor información de él que su dirección de residencia y su número telefónico.

—¿Es del clan o de algún otro? ¿Cuáles son sus orígenes? ¿Esta es su edad? — endurecí el gesto—. Es un maldito bebé. ¿Siquiera está instruido?

—Puede que sea de otro clan y ha venido en busca de oportunidades. Buscaré más información sobre él, mi señora. 

—Llámalo, le haces una entrevista personal y te ahorras tiempo. Su edad me importa muy poco, siempre y cuando sea obediente y haga un excelente trabajo, puedes contratarlo.  

—Sí, señora, pactaré una entrevista para mañana mismo. 

—Bien — cerré la carpeta con más fuerza de lo normal—. Puedes retirarte. 

—Permiso — hizo una reverencia antes de salir de mi oficina. 

Enfurecida con el entrometido de mi padre, salí de mi oficina por la puerta que daba hacia la casa y busqué a mi padre hasta que lo encontré abrazando a mí madre, susurrándole cosas al oído que la hacían reír y estirar la mano a lo largo y ancho de su pecho. 

—Disculpen si interrumpo con su manoseo diario, pero tú y yo tenemos un asunto pendiente — señalé a mi padre y me miró con una sonrisa ladeada, acentuando esa expresión maliciosa. 

—Con que Demetrius al fin tuvo el valor de decírtelo, ¿eh? 

—¡No estoy para juegos, papá! No me puedes arrebatar a mi hombre de confianza y llevártelo. 

—Ya lo hice, solo que no contaba con que no hubiera uno disponible sino hasta las próximas dos décadas. 

—¡Angus! — reprendió mamá. 

—Es mi error por no haberte comentado antes, pero te juro que te lo devolveré cuando cumpla su misión. Demetrius es uno de los mejores guerreros y siento que pierde el tiempo lidiando con las finanzas del clan. 

—Sabia que en cualquier momento te ibas a aprovechar de él, pero pudiste mencionarlo antes y no hasta ahora. 

—Lo siento, ¿qué más puedo decirte? 

—Lo llevarás a la guerra — contuve toda la ira que pugnaba por salir. 

—¡Y está feliz con la idea de ir! ¿Por que no estás orgullosa de él? Ha dado un gran paso como tú sirviente. 

—No es mi sirviente. Es mi mano derecha, en el único en quien confío. 

—¿Y no es eso lo mismo? — enarcó una ceja y de inmediato sentí la fuerza de su poder en mí, cuando la mía empezaba a sobrepasar la suya—. Cálmate, querida. Tomaré prestado a tu mano derecha por un par de días, solo para defender el territorio escocés de esos perros pulgosos y mal

olientes, y te lo devolveré incluso en mejores condiciones en que me lo llevo. 

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