Salvador
Apoyo los codos en el escritorio, paso las manos por mi rostro y cierro los ojos, intentando encontrar algo de claridad. Pero lo único que veo es su cara. Su maldito rostro, con esos ojos que me miraron fríamente en el desayuno.
El contacto fugaz de nuestros dedos, la manera en que su voz tembló al responderme, la tensión que podía cortarse con un cuchillo. Cada detalle me perfora el pecho.
No estoy logrando nada sentado aquí lamentándome.
Tomo el teléfono y marco a Alex.
—¡Alex, ¿alguna novedad sobre Joseph?—
—Nada concreto —responde—. Sigue ocultándose bien.
Cierro los ojos un segundo, frustrado.
—Necesito que sigas presionando. No podemos permitirnos sorpresas.
—Lo haré. Te aviso en cuanto tenga algo.
Corto la llamada y tamborileo los dedos sobre el escritorio.
Necesito otra perspectiva. Necesito entender y quién mejor para explicarme que alguién que ha estado dentro de esa organización, trabajando con ellos.
Había esperado para hacer esto, porque necesitaba que estuviera r