Marina
Ha llegado el día.
Siento los nervios bullir dentro de mi cuerpo mientras espero el momento perfecto, en que los empleados vayan a tomar su momento de descanso en el almuerzo, para escabullirme hacia el estudio.
Por eso dejé la comida hecha desde media hora antes y apenas vea que se sientan a comer… ahí está mi señal.
Mis ojos están fijos en el reloj, faltan dos minutos para las 12, siento el corazón acelerado y solo para ir matando el tiempo empiezo a servir, plato tras plato hasta que los empleados empiezan a aparecer.
Doy sonrisas a medias, asiento cuando me dan cumplidos por la comida, pero esta vez no me siento con ellos.
Esta es mi única oportunidad y pienso aprovecharla. Así que dando una excusa barata, salgo de la cocina y en lugar de ir a mi habitación, me desvío hacia el estudio de Salvador.
La puerta del despacho cede con un leve chirrido. Estoy sola. O eso creo. Cada paso que doy sobre el mármol me retumba en los oídos. El silencio de la casa me pesa en los hombros.