Capítulo 32
El silencio del despacho en la mansión William se extendía como una sombra espesa, casi viva. El aire pesaba y las cortinas apenas se movían con la brisa que se filtraba por las rendijas. Además, la tenue luz del atardecer bañaba la habitación con un resplandor dorado que no lograba suavizar la tensión entre ellos. Roma estaba de pie frente al ventanal, con los brazos cruzados y la mirada perdida en el horizonte. Magnus, frente a ella, se encontraba apoyado en el borde del escritorio. Solamente la observaba sin atreverse a pronunciar palabra por miedo a lo que pudiera suceder. Era como si cualquier cosa que dijera pudiera desatar un terremoto a escala máxima.
Magnus respiró hondo una última vez. Su pecho subía y bajaba con dificultad. La escena que había presenciado minutos atrás aún lo golpeaba con mucha fuerza: dos niños abrazándolo, llamándolo papá. Dos pequeños que, sin saber cómo, habían derrumbado las murallas de su vida en cuestión de segundos. Así que decidido rom