Cuando finalmente recibí los papeles de divorcio, sentí una inmediata sensación de alivio. Sin darle mayor importancia a la expresión de Mateo, salí feliz del registro civil, pero cuando estaba por llegar a la puerta, él me sujetó con fuerza.
Al voltear a verlo, noté su rostro pálido, con los ojos enrojecidos, mirándome de manera suplicante:
—Elena, dame otra oportunidad por favor... Te prometo que puedo hacerlo bien, confía en mí.
Me liberé de su agarre y lo miré con un aire victorioso:
—Señor Herrera, ¿de qué está usted hablando? Ya estamos divorciados, ¿qué oportunidad podría haber?
Aunque parecía querer decir algo más, yo ya no tenía interés alguno en escucharlo. Según lo acordado, le dejé la empresa a Mateo y me fui sola a la Riviera, aquel lugar que había planeado como destino de luna de miel. Aunque en muchas ocasiones había imaginado viajar a esta ciudad con Mateo, al llegar descubrí que también podía divertirme sola.
Visité muchos lugares, experimenté diferentes culturas y pro