98. Ya sabes como es

98

El amanecer tiñó los bosques de un dorado tenue. La niebla se retiraba como un ejército derrotado. En los límites de la manada, Mason y Alaric esperaban con la tensión marcada en el rostro. No habían dormido. Sus oídos estaban atentos a cualquier ruido.

Entonces, el silencio se quebró.

Entre las sombras de los árboles, una figura emergió. Adara. Con el cabello revuelto, el andar firme, y un bulto cálido en brazos. Ares dormía, su respiración tranquila, ajeno al peso de todo lo ocurrido.

—¡Por la luna! —susurró Mason, dando un paso hacia ella.

—Cariño, gracias a la diosa estas bien.

Alaric se acercó con un movimiento rápido, revisando que no tuviera nuevas heridas.

—Estoy bien —dijo ella con una sonrisa cansada y su bebé en brazos—. Lo prometí, ¿no?

Pero no venía sola. A unos pasos detrás, caminando con la calma de quien sabe que nadie lo detendrá, apareció Vlad Tempest. La luz del sol no lo quemaba, pero parecía no tocarlo del todo.

Mason se tensó de inmediato.

—¿Él… te trajo?

Adar
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