96. Cuando la noche tiene miedo
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El viento aullaba entre las montañas como un presagio. Vlad corría como una sombra viva, envuelto en su manto oscuro, el bebé dormido en sus brazos, ajeno al caos que se avecinaba. Ningún vampiro lo veía, ningún guardia lo oía. Él era lo que se esconde cuando la noche tiene miedo de sí misma.
Atravesó bosques congelados, quebradas y riscos ocultos, hasta llegar a la entrada sellada de una cueva enterrada bajo siglos de piedra. Un santuario perdido. Una grieta entre dos mundos.
Con un gesto de su mano, la roca respondió, abriéndose ante su presencia.
Dentro, las paredes estaban cubiertas de símbolos antiguos. Energía oscura y sagrada vibraba en cada rincón. Vlad colocó al niño envuelto en mantos sobre un lecho de musgo encantado. El lugar estaba protegido, sellado por runas que solo él comprendía.
Miró al pequeño Ares por un largo momento.
—No dejaré que repitan conmigo lo que quisieron hacer contigo —susurró con un dejo de amargura—. Ellos destruyeron al rey… pero ahora protegeré al