94. El castillo
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El bosque parecía susurrar su nombre, pero no de forma amable. Las ramas crujían bajo sus pasos, y el viento llevaba consigo el eco de antiguos cantos oscuros. Adara corría con decisión, su cuerpo moviéndose como una sombra entre los árboles. La mochila apretada a su espalda, el cuchillo curvo atado al muslo, y el corazón palpitando con fuerza animal.
El camino hacia el castillo de Ekaterina no era uno común. Ni seguro. Estaba oculto, sellado por runas antiguas y custodiado por criaturas nocturnas. Pero Adara había leído los grimorios de su abuela. Había aprendido más de lo que muchos sabían. Y esta noche… el miedo no era un lujo que podía permitirse.
Su hijo la llamaba.
Y ella no iba a fallarle.
Cruzó un arroyo encantado, dejando atrás el terreno seguro del territorio de la manada. Sintió el cambio de energía en la piel, como una descarga eléctrica en la espina dorsal.
—Voy por ti, Ares… mamá ya viene.
***
El aullido desgarrador que se oyó en el centro de la manada no fue de un lo