95
Las puertas del trono se cerraron tras ella con un eco pesado, como el portazo de una tumba. Adara se mantuvo firme, aún con los sentidos alterados por la presencia de tantos vampiros antiguos. Sabía que estaban hambrientos, curiosos, entretenidos... y cada uno de ellos la miraba como si fuera parte de un espectáculo diseñado para su diversión.
Desde las alturas del castillo, entre vitrales rotos y estatuas cubiertas de polvo, Vlad Tempest la observaba oculto. Nadie más sabía que el primer rey vampiro había regresado. Solo Adara. Solo ella había oído su voz.
Y en su mente, resonaba su advertencia:
"Primero el niño. Luego… que se maten entre ellos, si quieren."
Adara se aferró a esa idea. Lo primero era rescatar a Ares. Ponerlo a salvo. Después, si los vampiros querían destruirse por poder, venganza o locura, que lo hicieran.
Ekaterina descendió los escalones de su trono con la elegancia cruel de una reina nacida para el juego mental. Su sonrisa era afilada como una daga.
—Qué trági