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El silencio se extendió por la aldea cuando el cortejo del rey alfa Rhys cruzó la entrada. Los lobos negros que lo acompañaban se movían como una sola sombra, y el peso de su presencia se sentía en cada respiración contenida.
Ares se mantuvo erguido en medio del camino, firme, con una mano protegiendo instintivamente a las gemelas que se asomaban detrás de él.
Rhys no dijo palabra. Sus ojos, dorados y afilados, se fijaron en el muchacho. Y sin previo aviso, se lanzó.
El aire silbó con la fuerza de su primer golpe.
Ares reaccionó antes de que cualquiera pudiera gritar. Sus pies se deslizaron hacia un lado, esquivando con una agilidad que no correspondía a su edad. El segundo ataque fue más rápido, un zarpazo dirigido al cuello. Ares lo detuvo con un bloqueo preciso, girando la muñeca para desviar la fuerza.
Los murmullos comenzaron. Nadie se atrevía a intervenir.
Rhys sonrió, pero no aflojó. Atacó con una ráfaga de golpes, cada uno más veloz que el anterior. Ares respondió a todos,