Protegerlo

La pequeña casa olía a madera húmeda y ceniza, un refugio improvisado tras la destrucción del castillo. Las paredes crujían bajo el peso del viento, y las ventanas, apenas cubiertas con tablas, dejaban pasar hilos de luz gris. Thorne estaba sentado en una silla tallada, la única pieza que sobrevivía del esplendor perdido, su figura imponente inclinada por el cansancio. No lucía en su mejor momento: el pelo despeinado, las manos marcadas por cortes recientes, y un brillo opaco en sus ojos. Pero allí estaba, presidiendo el consejo, porque debía. El castillo podía estar en ruinas, destrozado por la furia de sus hijos, pero su autoridad no se doblegaba.

Enzo no estaba. Su ausencia pesaba en la sala, un hueco que nadie mencionaba, pero todos sentían. En su lugar, frente a Thorne, estaba ella: Valyerek, la nueva representante de los humanos. Era joven, demasiado joven para un cargo así, con el pelo rubio cayendo suelto sobre los hombros, su cuerpo envuelto en cuero marrón ajustado, cubierto
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