Paolo y Teresa, omegas de la manada de Joseph, estaban sentados en sillas duras, sus manos entrelazadas con fuerza, como si temieran que el suelo se abriera bajo ellos. Frente a ellos, el Alfa Joseph, con su rostro curtido y ojos que no parpadeaban, y el Alfa Thorne, cuya presencia llenaba la sala como una tormenta a punto de estallar. El aire estaba cargado de tensión, y el silencio era un peso que aplastaba. Paolo tragó saliva, sus dedos temblando contra los de Teresa, mientras ella mantenía la mirada baja, su respiración entrecortada. No sabían por qué los habían convocado a la manada de Thorne, pero la gravedad en los rostros de los Alfas dejaba claro que no era una visita de cortesía.
Se preguntaba si su hija estaba en problemas. O si estaba bien. Hace un tiempo que no veían a Lois, pero les gustaba quedarse al margen, para que su condición de Omegas no impidiera el crecimiento de su hija como la futura Luna de aquella grandiosa e importante manada. Era un sacrificio que valía la