Capítulo3
Cuando estaba a punto Jeison de leer, empezó a sonar su teléfono, y, al contestar, oyó la voz asustada y angustiada de Zinnia.

—Jeison, me duele mucho el vientre… ¿Puedes venir a buscarme, por favor? Tengo miedo…

—Voy de inmediato —contestó él, apurado, tratando de tranquilizarla.

Sin mirar el documento, agarró el lapicero, firmó rápido y salió sin perder tiempo.

Vi cómo se alejaba y me reí con desprecio.

Este hogar, al final, ya era un caso perdido.

Por la tarde, Jeison me envió un mensaje diciendo que había mandado el regalo de cumpleaños para Luci por mensajería.

Al abrirlo, me quedé paralizada: era una muñeca Barbie.

El año anterior, en una actividad de integración de la empresa, había llevado a Luci.

Pero Zinnia, a mis espaldas, se la había llevado a una casa del terror. Allá, una persona con un disfraz de Barbie la había asustado tanto que había terminado llorando desconsolada.

Molesta por el llanto de Luci, ella la dejó sola ahí durante una hora.

Tuvimos que buscarla por todo el lugar hasta que la hallamos, desmayada por el susto.

Cuando despertó, Luci señaló a Zinnia como la responsable, pero aquella mujer lo negó por completo.

Jeison, como siempre, se puso del lado de ella y le dijo a mi hija:

—No inventes cosas.

Desde ese día, cada vez que Luci veía una Barbie, tenía pesadillas. Y ahora, él le regalaba justo eso de cumpleaños.

¡Qué padre tan ridículo!

Quise cambiarlo a escondidas, pero era tarde: Luci ya lo había visto.

Por la noche, cuando Jeison regresó, me dijo de la nada, como si fuera lo más del mundo:

—Estoy pensando que Zinnia venga a vivir aquí por un tiempo. —Luego, con voz apagada, añadió—: Como nuestro matrimonio es secreto, no quiero que ella se entere de nuestra relación. Tú y la niña debería mudarse, para evitar problemas.

—¿Quieres echarnos para vivir aquí con ella como si nada? —pregunté con sarcasmo.

Jeison dejó ver su impaciencia.

—No digas bobadas. Es algo temporal. Nuestra relación no puede hacerse pública… tú no eres suficiente.

Me reí de pura decepción. Así que, para él, Luci y yo siempre habíamos sido una carga que tenía que ocultar.

Pero yo ya no tenía fuerzas ni para discutir. Sentía el cuerpo pesado.

«Ya está», pensé. Basta.

Al notar que mi ánimo no era bueno, él cambió de tono.

—En unos días las traigo de vuelta. También te lo voy a compensar.

Fingiendo ser sumisa, asentí y subí sin decir palabra. De todas formas, me iba a ir tarde o temprano. El daño ya estaba hecho. Yo no esperaba nada de él. Ninguna compensación podía arreglar lo que estaba roto.

Recogí mis cosas rápido, agarré a mi hija y me preparé para irme.

En ese momento, la puerta se abrió. Zinnia llegó con una maleta en la mano.

Jeison se acercó y le habló con cariño.

—Te dije que iba a recogerte, ¿por qué la trajiste tú? No quiero que te canses.

Cuando terminó de hablar, notó algo raro y me miró.

Ella también me vio y se sorprendió.

—¿La asistente Leclair? ¿Qué haces aquí en tu casa, Jeison?

Antes de que yo pudiera hablar, él se explicó:

—Ella y su hija no tienen dónde quedarse. Me dieron pena, así que las dejé vivir aquí un tiempo.

¿Pena?

Antes decía que éramos familiares.

Ahora, éramos dos personas sin hogar que él había tenido que «recibir».

Aunque me lo esperaba, cada explicación para negarnos seguía doliendo.

Todo lo que hacía solo lograba que me cayera peor.

—Buenas noches, señor Girard. Buenas noches, señora —dijo Luci de repente, saludando con cortesía.

Al oír que su hija lo llamaba «señor», Jeison se quedó paralizado.

—¿Cómo me llamaste? —preguntó, sin poder ocultar la sorpresa.

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