El teléfono de Valeria vibró a las siete de la noche. Estaba sentada en su departamento, mirando la pantalla del televisor sin verla realmente, cuando el nombre de Ruiz iluminó la pantalla.
—¿Hola? —respondió con voz ronca.
—Valeria. —La voz del abogado sonaba cansada pero firme—. Lo conseguí. Tienes treinta minutos. Máximo.
Ella se puso de pie de golpe, sintiendo cómo el corazón se le aceleraba violentamente.
—¿Cuándo?
—Ahora. Estoy afuera de tu edificio. Te llevaré.
Valeria tomó su bolso sin pensarlo, deslizándose el abrigo mientras corría hacia la puerta. Las manos le temblaban tanto que apenas pudo cerrar la chapa. Los guardias de seguridad en el lobby la miraron con preocupación, pero no dijeron nada. Afuera, un sedán negro la esperaba con las luces encendidas.
Ruiz estaba al volante. Valeria subió al asiento del pasajero, cerrando la puerta mientras trataba de recuperar el aliento.
—Gracias —susurró.
—No me agradezcas todavía. —Ruiz arrancó—. El oficial a cargo es estricto. Trei