El amanecer no trajo paz.
La aldea estaba en silencio. Las aves no cantaban. El viento no soplaba. Como si todo el bosque contuviera la respiraciĂłn, consciente de lo que estaba a punto de suceder.
AilĂ©n se encontraba en el centro del claro, descalza, vestida con una tĂșnica tejida con hojas de la garganta. El cristal flotaba sobre sus manos, pulsando con una luz dorada y verde que se expandĂa lentamente, como un corazĂłn latiendo en otro plano.
Kaor apareció a su lado, sin camisa, con la marca cubriéndole ya medio cuerpo.
Sus ojos ya no brillaban con rabia, sino con aceptaciĂłn.
âEstĂĄs seguro âle preguntĂł AilĂ©n por Ășltima vez.
âNo. Pero lo estarĂ© si estĂĄs conmigo.
Ella asintiĂł, con la voz atrapada en la garganta.
Maeyra observaba desde la sombra de una roca, acompañada por los Ășltimos guardianes del eco. En sus manos sostenĂa una antorcha de fuego blanco, el sĂmbolo del vĂnculo ancestral.
âQue la RaĂz hable.
Que la Llama escuche.
Que el equilibrio se reescriba.
Las raĂces del suelo brota