Álex estaba sentado justo en el borde de la azotea, con las piernas colgando sobre el precipicio, una copa de vino medio vacía descansando en su mano.
Solo, muy por encima de la ciudad dormida, se perdía en sus pensamientos mientras la noche lo envolvía.
La luna colgaba baja, proyectando sombras plateadas que danzaban sobre el concreto a su lado.
Muy abajo, los indigentes se acurrucaban alrededor de pequeñas fogatas, sus risas y charlas flotando débilmente hacia arriba.
Aún con todas sus penurias, parecían contentos, saboreando momentos simples juntos.
Sin embargo, Álex permanecía aislado, atormentado por la indecisión.
La vida parecía bastante sencilla—la gente huía del dolor y perseguía la felicidad.
Pero cuando las heridas se reabrían una y otra vez, cada cicatriz se hundía más profundo en el corazón, convirtiendo los recuerdos en pesadillas que lo acechaban.
Suspiró profundamente.
¿Realmente podría haber felicidad con Sofía Lancaster?
Solía creer que sí. Pero cada vez que trataba d