Jasper no era un gran luchador, pero una sola mirada a Álex, enroscado como una pantera a punto de atacar, le dijo que el hombre era peligroso, por lo que lamiéndose los labios, forzó una sonrisa temblorosa y dio un paso atrás.
—¿Sabes qué? —preguntó—. Esta ya no es la era de los guerreros, ya pasaron los días de dejar que nuestros puños hablen por nosotros. Los tiempos han cambiado, y deberías saberlo.
Álex levantó una ceja. —¿Oh, en serio? Ilumíname, ¿qué ha cambiado?
Jasper no respondió. En cambio, les hizo un gesto a sus hombres.
Alrededor de veinte de ellos se acercaron, eran matones de todas formas y tamaños, cada uno con una sonrisa presumida y depredadora, con armas en sus manos. La porra de hierro en la mano de un hombre silbó en el aire, una advertencia de la violencia por venir.
El silencio barrió a la multitud que observaba.
Los rostros palidecieron cuando la realización de lo que ocurría se hundió; Álex estaba rodeado.
Sin embargo, él ni siquiera parpadeó. Si acaso, las co