Keaton comprendía la naturaleza de Paolo mejor que nadie; nunca dejaba cabos sueltos. La única razón por la que él seguía vivo era porque Paolo lo necesitaba, y a sus allegados, como carnada.
Así que Keaton permaneció en Vancouver con Kelly discretamente, entrenándola en todas las artes marciales que conocía, incluso introduciéndola en Kingswell.
—Recuerda —le dijo con firmeza—, nunca menciones una palabra sobre el príncipe, ni sobre mí, a nadie. Solo ven aquí cuando puedas.
Ella lo miró con preocupación.
—Padre, ¿vas a estar bien?
Keaton se encogió de hombros con despreocupación.
—Solo soy un viejo lisiado viviendo sus últimos días, estaré bien mientras no llame la atención.
Una sombra cruzó el rostro de Kelly. —Padre... ¿dónde enviaste a Álex?
La mirada de Keaton se desvió hacia la puerta, consciente de que Paolo casi seguramente estaba escuchando desde las sombras.
—Este no es el momento adecuado para hablar de eso. Si el destino lo permite, lo volverás a ver.
En realidad, Keaton sa