Capítulo — La caída de Valeria
El retrovisor me devolvió un reflejo que no reconocía. Ojos desorbitados, labios resecos, una mujer que ya no era yo… ¿o quizás siempre lo fui?
El auto negro rugía bajo mis manos temblorosas mientras la ciudad se llenaba de sirenas y luces azules. Sentía la presencia de la policía como cuchillos invisibles: cada semáforo podía convertirse en la trampa final.
“Me van a atrapar”, pensé, y por primera vez lo acepté con miedo.
Pero antes de hundirme en esa certeza, los recuerdos me golpearon.
En España donde mi padre nos llevo para escapar de las deudas de juego fue donde aprendí que el mundo es de los astutos, no de los buenos. Engatusar a aquellos viejitos con mi mejor sonrisa: les hablé de cuidados, de ayuda, de mudanzas. Confiaron en mí como si fuera su hija. Los llevé al banco, usé sus papeles, su inocencia… y les robé los ahorros de toda una vida.
Ellos se quedaron con las manos vacías. Yo, con dinero suficiente para escapar.
Cuando supe que Ad