CAPÍTULO — EL ANILLO QUE SE PERDIÓ… Y LA VIDA QUE LLEGÓ
(Continuación)
Se sentaron a cenar, intentando disfrutar lo que habían preparado, entre risas suaves y miradas nerviosas que traicionaban todo lo que ninguno de los dos se animaba a decir en voz alta. Milagros apenas probaba la comida; Ayden hablaba más de lo habitual, como si el sonido de su voz pudiera espantar la ansiedad que flotaba en cada rincón del departamento.
De pronto, el timbre sonó.
Mía se levantó enseguida, y al regresar traía una bolsita de farmacia apretada contra el pecho, como si llevara una noticia envuelta en celofán.
—Por si acaso… —dijo, mordiéndose el labio—. Este test es muy efectivo, en la clínica lo usan mucho.
Nadie habló.
El pasillo que llevaba al baño dejó de ser un simple corredor y se transformó en una especie de templo improvisado. Ayden caminaba despacio, como si temiera romper algo invisible, como si el aire mismo mereciera respeto. Milagros avanzaba a su lado con el corazón desbocad