CAPÍTULO — “SIN MIEDO, POR PRIMERA VEZ”
El silencio del hotel no era un silencio común; no se parecía al de una habitación vacía ni al de una madrugada sin ruido, sino a uno cargado de memoria, de respiraciones contenidas y de todo aquello que todavía no se había dicho, ese tipo de silencio que no pesa sino que vibra, que se instala obligado entre dos personas que ya no pueden huir pero todavía no se animan del todo a quedarse.
Ayden la observaba desde la cama no como el hombre que había sido alguna vez, aquel que huía, que se escondía detrás del ruido y las mujeres sin nombre, sino como el que estaba empezando a ser ahora: más quieto, más frágil, más consciente del precio de perder lo que por fin había logrado volver a encontrar.
Ella se sentó en el borde de la cama y respiró hondo, como si necesitara acomodar el corazón antes de atreverse a hablar, mientras Ayden apagaba la luz y se recostaba boca arriba, con las manos entrelazadas sobre el pecho, mirando el techo como si allí