La puerta de la habitación se abrió de golpe.

Martín Saavedra apareció en el marco como una tromba, con el ceño fruncido, el gesto crispado y esa respiración pesada de un padre que ya se imaginaba lo peor antes de verlo.

Ayden y Milagros se separaron de golpe, todavía descalzos, todavía con las mejillas encendidas por ese beso tibio que se habían dado al despertar.

La ropa de Mili estaba doblada en la silla.

La camisa de Ayden al pie de la cama.

La habitación tibia, en silencio, con olor al vapor de una ducha recién dada.

Martín tardó UN segundo en entender lo que estaba viendo.

Y explotó.

—¿QUÉ ES ESTO? —rugió—. ¡¿QUÉ ESTÁS HACIENDO EN LA HABITACIÓN DE MI HIJA, CASTELL?!

Milagros dio un paso al frente, pero Ayden se adelantó, con el pecho inflado, tratando de no temblar.

—Señor… no piense mal. No pasó nada. Nos quedamos dormidos, nada más.

—¿NADA MÁS? —Martín dio un paso adentro, furioso—. ¡TU CAMISA ESTÁ EN EL PISO! ¡Y LA ROPA DE MI HIJA DEL OTRO LADO DE LA CAMA! ¡¿Y VOS M