El lujoso restaurante se alzaba con elegancia en el corazón de la ciudad, con altas paredes de cristal que reflejaban la luz nocturna. En cuanto Lilian y Daryl cruzaron el umbral, los envolvió una cálida bienvenida. Lámparas de cristal colgaban del techo, derramando una luz tenue y suave que creaba un ambiente acogedor y a la vez sofisticado. El perfume de rosas frescas se mezclaba con el aroma de la cocina europea, serenando el corazón inquieto de Lilian.
Un camarero los condujo hasta un salón privado que Daryl había reservado con antelación. Cuando la puerta se abrió, Lilian apenas pudo creer lo que veía.
Una mesa redonda, impecablemente vestida con un mantel blanco, lucía sobre ella unas velas encendidas y un jarrón con rosas rosadas frescas. El brillo de las llamas se reflejaba en los ventanales, como un cuadro vivo. La estancia era solo para ellos dos, sin interrupciones del exterior.
Lilian se detuvo, sus pasos se hicieron más lentos. Sus ojos recorrieron cada detalle: las flore