A las cinco de la mañana, el cielo seguía oscuro. Veronica se despertó por la vibración de su móvil en la mesilla de noche. Sus ojos, aún entrecerrados, se abrieron del todo al reconocer aquel número desconocido que ya había aparecido varias veces. Sin dudar, lo tomó.
Sin despertar a Carlos, que dormía profundamente, se deslizó hasta el baño. Cerró la puerta con llave y abrió la ducha para disimular el sonido. Con voz baja, casi en un susurro, contestó la llamada.
—Sí… todo va según lo planeado —murmuró, mirando de reojo hacia la puerta como si temiera que alguien la oyera—. Carlos ya está en mis manos. Confía plenamente en mí. Muy pronto, toda su fortuna y sus acciones estarán bajo mi control.
Del otro lado, la voz grave de un hombre retumbó en el auricular.
—Perfecto. Recuerda, Veronica: ni un solo fallo. Debes lograrlo. Toda su riqueza tiene que acabar en tus manos. Si fracasas… ya sabes lo que te espera.
Veronica asintió, aunque él no pudiera verla.
—Tranquilo. No soy una tonta. C