El edificio de GOLD se alzaba imponente bajo el cielo gris de la mañana. Margaret avanzó entre los empleados que la observaban con cautela. Llevaba una carpeta gruesa de documentos bajo el brazo y su bolso colgado del antebrazo, lista para la reunión que decidiría el rumbo de todo. No había dormido mucho, pero la determinación endurecía cada una de sus facciones.
Nada más cruzar el vestíbulo, una voz conocida la interceptó.
—Hija… —la llamó su padre, con un falso tono de ternura que ella detectó al instante.
Margaret se detuvo, mostrándole una fingida cortesía. Su padre avanzó hacia ella con una sonrisa tan suave como falsa.
—¿Cómo estás, querida? ¿Tu madre está mejor? He estado preocupado —dijo, acomodándose la corbata con un gesto ensayado.
Ella soltó una risa sarcástica.
—¿Preocupado? —repitió con ironía—. Papá, si realmente te preocupara algo, habrías ido a verla cuando regresé. O habrías estado pendiente de ella antes. Viven en la misma ciudad, por si lo olvidaste.
El hombre parp