Hacía apenas unos días que Shaira se había despedido de Margaret cuando regresó resignada a su trabajo. Caminó por el pasillo alfombrado, sintiendo que el fastidio le recorría por su ser. Sabía perfectamente por qué la habían llamado: su jefe había recibido la orden de despedirla. O al menos eso imaginaba. Desde que se atrevió a enfrentar a Lorain delante de todos, había asumido que el poderoso Lucien querría vengarse de ella como fuera.
«Que lo intente», pensó mientras empujaba la puerta de la oficina de recursos humanos. «Si piensan humillarme, les voy a sacar hasta el último centavo de indemnización.»
Su jefe la esperaba detrás del escritorio, sudando como si hubiera corrido una maratón. El tipo tragó saliva al verla entrar.
—Shaira… qué bueno que llegaste —dijo con una sonrisa falsamente amable—. Necesitamos hablar de… unos asuntos.
Ella soltó una risa sarcástica.
—¿Del despido? Sí, ya imaginaba. Dígame cuánto me corresponde. No tengo tiempo que perder.
El hombre abrió la boca par