Lorain no había olvidado ni un solo detalle de los últimos días. Cada mirada, cada palabra que Lucien dedicaba a Margaret se clavaba en ella como una espina.
Era consciente de que él aún la vigilaba, aún la seguía con la mirada cuando creía que nadie lo notaba. Esa sombra invisible entre ambos la enloquecía.
Así que aquella entrada al baño no fue una coincidencia. No había ningún collar perdido. Solo el deseo visceral de enfrentarla… y, si era posible, destruirla.
Margaret lo entendió en cuanto la vio apoyada junto al espejo, fingiendo casualidad con una sonrisa demasiado estudiada.
Lorain giró levemente el rostro hacia su reflejo y habló con voz melosa, como si estuviera conversando consigo misma pero busca que la escuchen.
—Qué curioso… pensé que me había equivocado de lugar. —Pasó los dedos por el pequeño estuche que llevaba en la mano—. Este collar es único, ¿sabes? Lucien lo compró en Milán. Dijo que me quedaba perfecto. Aunque, claro, fue porque lo miré apenas unos segundos y