Margaret sintió un escalofrío recorrerle la espalda en cuanto el coche se detuvo.
—Lucien, te dije que pares —repitió, más alterada.
—Sigue —fue su única respuesta.
El motor se apagó frente a la entrada principal. Margaret lo miró con incredulidad.
—¿Qué es esto? ¿Qué pretendes? —preguntó, con la voz temblorosa, aunque trataba de sonar desafiante.
Lucien abrió su puerta y descendió con calma, rodeando el coche hasta el lado de ella.
—Baja —ordenó, sin levantar la voz.
Margaret lo observó llena de rabia.
—¿Estás loco? Esto es un secuestro, Lucien —espetó mientras abría la puerta—. No tienes ningún derecho a traerme aquí a la fuerza.
Intentó alejarse, pero él la sujetó del brazo con firmeza. La fuerza en sus dedos bastó para que dejara de resistirse.
—No me obligues a cargarte —dijo en un tono bajo, pero tan serio que la piel de ella se erizó—. Ya sabes que lo haría.
Margaret lo miró fijamente, y por un instante creyó ver una sombra peligrosa en su mirada. Su corazón latía con fuer