[ZAED]
El día avanza con una lentitud insoportable, como si el tiempo mismo estuviera conteniendo la respiración. Milán está gris, nublado, húmedo, y cada paso que damos por las calles empedradas parece resonar demasiado fuerte en mi cabeza.
Alya camina a mi lado sin decir una palabra. No es silencio de distancia. Es silencio de miedo.
Su mano está en la mía… suave, frío el tacto. No aprieta, no tira, no se aferra. Simplemente está ahí, como si necesitara la certeza de mi presencia para no desmoronarse.
Cuando entramos a la farmacia, la campanilla del techo suena como un golpe metálico. Alya baja la mirada al instante, casi como si le avergonzara estar ahí. Yo me acerco al mostrador, pido la prueba con la voz más firme que logro reunir.
El farmacéutico deja la caja sobre el mostrador. Un objeto tan pequeño… tan liviano… pero cargado de un peso que apenas puedo procesar.
Alya la toma con manos temblorosas. Paga rápido, casi a escondidas. Sale sin mirarme.
La sigo.
[…]
El departamento e