Capítulo 6. Amenaza

°✾Emily✾°

El auto avanza en silencio por las calles iluminadas de la ciudad, como si supiera que está llevando a una familia rota hacia su sentencia.

Las luces de los faroles se reflejan en los cristales polarizados, y por un momento, me imagino que son flashes. Como los de siempre. Como los que me han seguido desde que aprendí a sonreír por obligación.

Elijah no ha pronunciado ni una palabra desde que salimos de casa. Pero no hace falta, su mandíbula apretada habla por él. Sus nudillos blancos, sus ojos fijos en la ventana.

—No importa lo que estés pensando en este momento, Elijah —dice nuestro padre sin girarse—. Sácatelo de la cabeza. No estamos jugando. Esta noche no hay espacio para tus provocaciones.

Mi hermano no responde. Ni siquiera parpadea.

Pero yo lo conozco. Sé que cada palabra de nuestro padre revive una chispa de ira más en su pecho.

—Los Provenzano son intocables entre los suyos —continúa—. No se les intimida. No se les desafía. Esta cena es más que una formalidad. Es una prueba. Y no pienso fallarla por culpa de tus impulsos.

—¿Impulsos? —masculla Elijah, apenas audible—. ¿Así llamas a entregar a tu hija a esos desalmados?

—Así llamo a poner en riesgo todo lo que he construido —replica, con tono cortante—. Esta noche, tú eres un Lennox. No un mártir. No un rebelde. ¿Entendido?

Silencio.

Solo el sonido del motor y el eco de nuestras respiraciones.

Yo bajo la mirada.

Mis manos están frías, a pesar de la calefacción.

Llevo el vestido que me eligieron, el peinado que aprobaron, la sonrisa que ensayé frente al espejo.

Y aún así, siento que estoy desnuda. Expuesta.

Elijah finalmente gira el rostro hacia mí. No dice nada, pero su mirada lo dice todo.

No quiere que entre. No quiere que me siente a esa mesa. No quiere que me convierta en lo que él ya es: una pieza más del tablero.

Pero no hay vuelta atrás.

La casa de los Provenzano aparece a lo lejos, imponente, iluminada como un farol. Y yo, como buena prisionera, me preparo para recibir el castigo por un crimen que no cometí.

Por dentro, la mansión es todo lo contrario a lo que imaginé: un espacio lúgubre con cortinas de terciopelo rojo sobre ventanales altos y pisos de mármol oscuro, así como sillones de cuero y retratos de hombres de mirada penetrante en las paredes.

En cambio, el lugar es… hermoso.  

Las paredes color crema reflejan la luz de los candelabros de cristal, que cuelgan como joyas suspendidas en el aire. El mármol claro del piso hace parecer el espacio más grande de lo que ya es. Y cada rincón de la estancia está iluminado a propósito: lámparas de pie junto a sillones de lino, apliques dorados sobre los marcos de las puertas, y jarrones rebosantes de flores frescas que llenan el ambiente de color y perfume. 

Huele a primavera, aunque afuera es otoño.

Sobre la chimenea hay retratos familiares enmarcados en madera clara que muestran a tres niños sonrientes junto a sus padres. Parecen felices. Parecen… Normales. Ajenos al mundo despiadado y violento que en verdad los rodea.

—Bienvenidos —murmura una cálida voz femenina que me saca de mi estupor.

Una mujer de mediana edad, de cabello rojizo y cálidos ojos marrones, nos recibe con una sonrisa que no logra disimular la tensión en su rostro. A su lado, un hombre alto, de porte impecable y mirada penetrante, la rodea por la cintura con gesto protector. Sus ojos verdes, enmarcados por el cabello oscuro salpicado de canas en las sienes, se posan sobre mi familia con escrutinio silencioso, atento a cada detalle.

—General Lennox, qué gusto tenerlos esta noche —dice con voz profunda, cargada de desconfianza.

En ese instante, todas las advertencias de mi padre cobran sentido.

Por muy acogedora que parezca la casa, y por más cálidos que sean los ojos de su esposa, Luka Provenzano exuda un poder que me pone los vellos de punta.

—El gusto es nuestro —espeta mi padre—. Tienes una hermosa casa, Provenzano. Se nota que los negocios van viento en popa… aunque no todos figuren en la contabilidad oficial.

El señor Provenzano sonríe, sin perder la compostura, aunque se nota a leguas su incomodidad.

—Ah, General… usted sabe mejor que nadie que los verdaderos negocios nunca se escriben en papel. —Hace una pausa breve, antes de continuar—. Pero me alegra que lo note. Al final del día, todos buscamos lo mismo: estabilidad, influencia… y una familia bien posicionada. ¿No lo cree? Imagino que esta preciosa jovencita es Emily, mi futura nuera —cambia de tema, dirigiendo toda su atención a mí.

—Es un placer conocerlo, señor —digo, mi voz baja, pero firme. 

—Oh, el placer es todo nuestro, cariño —responde su mujer, brindándome una amable sonrisa que me regresa la confianza. 

Después de presentarnos formalmente, el señor Provenzano se disculpa con Elijah en nombre de su hijo, y no me pasa desapercibida la manera en que mi hermano se estremece, seguro recordando el motivo de la pelea. 

Mi familia se centra en la conversación con los Provenzano, mientras que mis ojos se pierden por el lugar. 

Conforme pasan los minutos, mis nervios no hacen más que incrementar. Mi pulso se dispara y mis manos sudan. Todo mi sistema se encuentra en alerta, a la espera de… 

—Hijos, quiero presentarles a la familia Lennox.

La voz del señor Provenzano me trae de vuelta a la realidad. De inmediato me fijo en los hombres al pie de la escalera. El primero es castaño claro y viene ataviado en un costoso traje negro de diseñador, tan elegante como él. Sus ojos verdes como los de su padre, y su sonrisa tranquila me devuelve solo un poco de paz. 

«Es Leonardo, mi prometido», reconozco, sin saber cómo me siento al respecto.

De pronto, mis ojos se mueven sin permiso por encima de su hombro, atraídos por una fuerza invisible que me hace galopar el corazón. Mi mirada se encuentra con unos impresionantes ojos grises que me dejan sin aliento. 

De cabello oscuro y ceño fruncido, el hombre que me devuelve la mirada sonríe de forma seductora, provocando que mis nervios se disparen nuevamente. 

Lleva una simple camisa negra remangada en los codos que deja ver un discreto tatuaje a lo largo de su antebrazo, que se pierde debajo de la tela.  Con pantalón negro y zapatos a juego, todo en el grita peligro.  

—Es un gusto conocerlos —pronuncia Leonardo, sacándome de mi pasmo.

—Y creo que ya conocen a mi otro hijo, Angelo —dice su padre, y tengo que bajar mi mirada, incapaz de seguir sosteniendo la del susodicho. 

—Esta es mi hija, Emily, futura novia de la mafia —presume mi padre, provocando que mi hermano se tense a mi lado y murmure un «imbécil» que nadie más logra escuchar.

—Mucho gusto, Emily —dice Leonardo, estrechando mi mano.

—Igualmente —respondo, regresándole una sonrisa que más bien se siente como una mueca.

Leonardo saluda al resto de la familia, mientras que Angelo hace lo mismo y, cuando llega a mí, mis manos tiemblan como hojas al viento.

—Es un placer conocerte al fin, Emily —murmura Angelo con voz aterciopelada, y no me pasa desapercibida la forma en que pronuncia mi nombre, como si pudiera degustarlo en su paladar. 

Su mirada me recorre de pies a cabeza, y por un instante, siento que el vestido que llevo no me protege de nada.

Me extiende su mano y, cuando la tomo, un inesperado escalofrío me recorre todo el cuerpo. 

Sin soltarme aún, se inclina ligeramente hacia mí y susurra a mi oído:

—No te preocupes, amore, estás en buenas manos... Las mías, por supuesto.

Me quedo congelada al escuchar sus palabras. Y no necesito ser muy inteligente para saber que, en su mundo y en el mío, eso ha sido una amenaza. 

No sé qué papel jugará él en todo esto.

No sé qué límites está dispuesto a cruzar.

Pero algo en mí lo sabe con certeza: Angelo Provenzano no será un simple  espectador en esta historia.

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