Capítulo 32. Dividido entre dos mundos
Angelo
—Emily… —murmuro, acercándome con cautela.
Al verme, su llanto se desborda. Sus hombros tiemblan mientras se cubre el rostro con las manos.
El aire se vuelve pesado, como si cada sollozo suyo me apuñalara en el pecho.
Levanta la mirada con los ojos rojos; su voz se rompe al decir:
—No podemos seguir jugando con Leonardo de esta forma, Angelo. No es justo.
Sus palabras me atraviesan como un cuchillo. Y no puedo que el rencor se apodere nuevamente de mí.
—¿Justo? —pregunto con incomodidad—. ¿Y cuándo ha sido algo justo para mí?
—Sé que estás molesto con tu familia. Lo entiendo. Pero yo no soy así, Angelo —espeta con desesperación—. No soy de las que engañan o actúan a escondidas. Y a pesar de lo que todo el mundo piensa de ti, sé que tampoco eres una mala persona.
—Entonces ¿qué propones? —cuestiono, mi tono más áspero de lo que quisiera.
—Hablar con él —responde, con una firmeza que me sorprende—. Tal vez si le confesamos que estamos enamorados, él lo entienda. Tal vez nos apo