Mundo ficciónIniciar sesiónAngelo
—¿Quieres que hagamos algo hoy? —pregunta la morena que llega junto a mí, mientras que yo ni siquiera me esfuerzo por tratar de reconocerla, pues, no es algo que me importe en realidad; después de todo, no pienso volver a verla.
—Lo siento… —Chasqueo mis dedos, fingiendo que no recuerdo su nombre cuando en verdad no lo sé; ella solo rueda los ojos mientras que se sienta a mi lado en la cama y comienza a acariciar mi pecho de manera juguetona.
—Alexa… Soy Alexa. ¿Ya lo olvidaste, tontito? —repite con cansancio.
—Lo siento, Alexis, estoy muy ocupado hoy…
—Soy Alexa —declara, molesta.
—Eso dije.
Salgo de la cama, alejándome de su toque que me produce ansiedad. Para ser sincero, necesito un par de tragos antes de acostarme con una desconocida, a pesar de lo que piensen mi hermano y mi padre.
—No puedo hacer nada hoy… Ni después —murmuro por lo bajo sin que ella me escuche—. Y, si no te molesta, debo darme una ducha antes de empezar mi ocupado día —digo como excusa, extendiendo mi mano hacia la puerta, invitándola muy amablemente a que se largue de una puta vez.
—¿Me llamarás? —Escucho que pregunta, mientras que me coloco el pantalón de manera apresurada y abro la puerta de la habitación de huéspedes con la intención de huir de ella.
—Por supuesto, nena —grito, saliendo hacia el pasillo.
Me duele la cara al tratar de ponerme la camiseta, y no es para menos, tengo un ojo hinchado, el labio inferior partido y la mandíbula amoratada por el fuerte puñetazo que me alcanzó a propinar ese imbécil niño de papi de anoche, y a pesar de verme como me veo, no diría que perdí la pelea.
Si no hubiese sido por la intervención de sus gorilas, ese pendejo no hubiese visto el sol de hoy.
Recorro el pasillo que va hacia mi recámara con apuro. Me muero por sacarme el olor de esa chica de encima. Su perfume me quema las fosas nasales por lo fuerte que me resulta; eso y la resaca que me taladra la cabeza, amenazan con hacerme devolver el contenido de mi estómago en el blanco mármol del pasillo.
Apenas doy vuelta a la derecha, hacia el corredor que lleva hacia las habitaciones principales, noto a mi madre que entra sigilosamente a la oficina de mi padre y cierra la puerta detrás de sí. Espero los segundos que me parecen prudentes para retomar mi camino sin tener que toparme con ella cuando salga, pero no lo hace y decido continuar.
De todos a los que podría enfrentarme ahora mismo, la última persona que quiero que me vea en estas condiciones es ella. Una cosa es que siempre escuche lo mal que me he comportado de boca del resto, y otra es que lo compruebe ella misma al ver los moretones en mi cara.
Camino frente al despacho de papá, cuando escucho las voces provenientes del interior y me freno en seco al oír la mención de mi nombre:
—Sé que no es gracioso, pero… —La risa nerviosa de mi hermano me da un indicio de la gravedad del asunto, antes de escuchar la siguiente frase que me hace ahogarme con mi propia saliva—: ¿Angelo? ¿Casándose?
«¡Qué mierdas!».
La conversación continúa entre ellos, y mi hermano enumera las razones por las que, sabe, jamás aceptaría una estupidez como esa.
Mi padre advierte algo sobre desconocerme si no acepto casarme, mientras que mi madre aboga por mí, como siempre. Pero, lo que me hace fruncir el ceño con enojo es la manera en que Leonardo aprovecha la situación para quedar como un jodido héroe, dejándome como el inútil e irresponsable, oveja negra del rebaño.
Mi padre alaba su valentía y se desvive en halagos que me hacen rodar los ojos. «Típico de ellos», pienso con fastidio. Leonardo ama tener toda la atención y besar el suelo por donde mi padre camina, así como él siempre le reconoce hasta la más mínima pendejada; como si hubiera frenado el calentamiento global.
«Par de idiotas».
Desde siempre he sabido que soy adoptado y que en mis venas no corre la sangre Provenzano como en las de mi hermano y, no es que eso me importe demasiado, o, no lo haría si mi padre no se empeñara en demostrar cuánto le molesta el tener que compartir su apellido con un aparecido como yo.
Me explota las pelotas que me excluyan de todo como si no fuera nada más que un estorbo, y por más que he intentado agradar a mi padre, nunca he sentido el mismo esfuerzo de su parte por tratar de aceptar el hecho de que soy su hijo también, o, debería de serlo.
Mi madre es un caso aparte. El mundo no merece su bondad. Yo no lo hago, eso es seguro. La mujer es el bien encarnado. Hasta ahora no he conocido persona que no se haya beneficiado de su gran corazón.
Una vez que se ha solucionado el grave problema que he ocasionado con mi imprudencia —gracias a la generosidad de mi hermano, quien se ha ofrecido amablemente a suplir mi lugar—, retomo el camino hacia mi habitación con una sensación pesada en el estómago.
¿Remordimiento…?
Nahhh… debe ser hambre.
── ✦ ──
—Hijo, no puedes seguir cometiendo error tras error —me reprende mi madre con lo que para ella es su peor cara de enfado, mientras que a mí me produce ternura.
Me acerco a ella y dejo un beso en su frente para relajar su ceño fruncido, y me da esa mirada derrotada que me indica que ya la tengo en la palma de mi mano nuevamente.
—Lo sé, mamá. De ahora en adelante prometo portarme bien, como el angelito que soy.
Junto mis manos como si fuera a decir una oración, a lo que ella solo bufa, negando con su cabeza.
—Igual que las otras veces que lo has prometido, ángel. —Suspira derrotada y toma asiento en mi cama, para dar un salto después—. No has traído a alguien anoche, ¿o sí? —pregunta, mirando sus manos con asco.
Suelto una carcajada y voy hacia ella, dejándome caer de espaldas en el colchón.
—Claro que no, madre —aseguro—. Nunca he traído a nadie aquí; no a mi habitación por lo menos.
—¡Shh…! Sin detalles, ángel, por favor —balbucea, sacudiendo sus manos para que deje de hablar—. Cariño, tu padre está muy molesto, no creo que pueda seguir tolerando tus faltas…
—¿Cuándo lo ha hecho, mamá? ¿Cuándo va a entender que no soy Leonardo? ¡¿Hasta cuándo va a dejar de compararme con él?!
—¿Es eso? —pregunta, aun sabiendo la respuesta—. ¿Por eso es por lo que haces todo esto?, ¿para llamar su atención? Angelo, tu padre te quiere por igual…
—¡Eso no es cierto, mamá! —me exalto—. Sabes que nunca ha sido, ni será así. Yo soy el hijo adoptado. Un aparecido que, seguramente, ha llegado a esta familia solo gracias a tu generosidad —conjeturo.
—Hijo…
—No pasa nada. —Bajo el tono de mi voz al darme cuenta de lo mucho que el tema le afecta—. Conozco mi lugar en la familia, no te preocupes ni te sientas mal por mí.
Me acerco a ella hasta rodearla con mi brazo y prosigo:
—Gracias por defenderme siempre, no tienes por qué hacerlo, pero te lo agradezco igual.
—Eres mi hijo, amor, no digas que no tengo por qué defenderte —lloriquea, y esa es mi señal para dejar de ser un idiota—. Yo nunca te he tratado diferente de tu hermano; para mí son iguales, valen exactamente lo mismo, como si ambos hubiesen estado juntos en mi vientre, y lo sabes.
—Lo sé, mamá, perdóname.
—Ángel, lo que hiciste estuvo mal. Tu hermano ha aceptado casarse con la hija de Benjamin Lennox en tu lugar, a cambio de una tregua, pero aún no sabemos si ellos aceptarán. ¿Sabes lo grave que es la situación? —pregunta, como si fuese un niño que no comprende el alcance de lo que hice—. ¿Qué fue lo que pasó para que llegaran a los golpes? ¿Quieres contarme?
—No, madre, es mejor que no lo sepas —digo, endureciendo el tono de mi voz al recordar el motivo de la dichosa pelea.
—Está bien —murmura cabizbaja—. Sabes que te amamos, cariño. Nunca pienses que tienes que recurrir a actos como este para llamar nuestra atención.
No discuto más con ella lo que, por supuesto que no estoy de acuerdo, solo asiento y me pongo de pie al ver que hace lo mismo.
Mi madre deja un cariñoso beso en mi mejilla y se despide, dejándome al fin solo en la habitación.
«Pobre», pienso. Aún guarda las esperanzas de que sea un inocente angelito, como me ha dicho desde que tengo uso de razón.
Si supiera que soy todo lo contrario.







