Abrí la puerta del auto decidida a confrontarlo, mientras intentaba quitar de mi boca todo rastro de sus labios, pero todo su ser estaba empernado en mí, como una cicatriz que quería esconder, y aun así a pesar del tiempo seguía ahí, doliendo… como el día en que todo acabó y tuve que dejarlo en aquel suelo desangrándose.
—¿No he terminado de hablar? ¿Por qué me besaste? No se supone que tienes novia, yo te escuche hablar con ella —increpe tomándolo de su brazo para detenerlo. Me miro y esbozó una sonrisa burlesca.
—¿Qué más te da, yo u otro hombre? Podrías vender tus labios al mejor postor, y porque no ser yo el primero —sin palabras para responderle, porque no había fallo en su discurso, aparte la mirada y lo seguí al silencioso ascensor. Cada piso que subía mis nervios de saber con qué me iba a encontrar hacía que mi pecho bombeara con rapidez. Cuando salimos del ascensor, temblorosa estuve a punto de detener a Ezequiel, pero antes de que me atreviera una voz nos llamó.
—¡Ezequiel! —