Eva jaló una silla de la mesa de jardín y tomó la mano de su padre, pues se dio cuenta de que él se encontraba desconcertado ante su presencia.
- ¡Eres tú! ¡Realmente eres tú, Eva! -dijo el hombre con lágrimas en los ojos.
- Sí, padre… -dijo Eva con algo de nostalgia en la voz.
- ¿Por qué viniste? Tú ya tienes una vida, no tienes por qué cargar con nada de nosotros, dime que tu madre no te obligó a esto… -dijo Sebastian angustiado.
- No, ella no me obligó a venir, ¿Por qué nunca me dijiste nada? -dijo Eva mirándolo en silla de ruedas.
- Eva… Ya bastante tengo con que te hayas casado con el canalla de Alejandro; él nos jugó sucio, él te obligó…
- No, padre, lo que hice, lo hice consciente y no me arrepiento de nada…
- ¿Cómo? -dijo Sebastian desconcertado.
- Alejandro es el hombre al que más amo en esta vida; él jamás me ha dado una mala vida. Es verdad que hemos tenido problemas y es verdad que las cosas no se hicieron de la manera correcta en el pasado, pero como te dije, Alejandro, es