Al bajar del avión, la luz del sol iluminó el rostro de Eva, ella experimentó una extraña sensación de calidez que hace mucho tiempo no sentía. Ella sabía que sí, era verdad, llevaba el alma hecha pedazos, hace menos de una semana, su vida era otra, hace menos de una semana tenía a su lado a un extraordinario hombre, hoy solo era ella y su bebé y sabía que con eso basta.
- Eva, es por aquí, vamos… -dice el padre de Alejandro.
Subió a su auto, el hombre sube y comienza a conducir, por momentos, se pierde en el paisaje que le regala París. Muchos dirán que es la ciudad del amor, pero ella y su corazón roto, lo ven como un lugar más, hermoso, sin duda, pero un lugar más.
Tras casi una hora conduciendo, finalmente llegaron a una enorme casa a las afueras de la ciudad, esta se ve a lo lejos, enormes filas de árboles les dan la bienvenida, amplios prados con un verde reluciente se pueden ver por doquier.
Aún no sabe qué le deparará el futuro, pero, por alguna extraña razón, se siente tranqui