- ¿Estás bien? -dijo Alejandro acercándose a Eva con precaución.
Eva permanecía sentada en una de las bancas que estaban en aquella mansión que había sido su hogar temporal en Nueva York.
- No… No estoy bien, acabo de perderlo… -dijo Eva entre lágrimas.
- ¿Puedo sentarme? -preguntó el hombre al ver a su exmujer deshecha.
Eva no respondió, estaba agotada, no quería pelear, no quería rechazar, no tenía ánimos para nada. Solo quería llorar en silencio, nuevamente esa terrible sensación de soledad la embargaba.
Maximiliano Mendoza, el hombre de acero que parecía impenetrable, había muerto hace dos días, hoy lo acababan de ir a sepultar, lo habían colocado en el mismo lugar que su amada esposa. Alejandro no estaba de acuerdo con ello, pero poco podía opinar, más cuando tanto su hermana como su exmujer ya lo habían decidido.
- Él era mi padre… -dijo Alejandro mirando a ningún lado.
- Él fue un verdadero padre… -dijo Eva con voz quebrada. – Un verdadero padre…
Alejandro se quedó en silencio t