44. Vendida
Emilia Díaz
Sonreí. Saludé con cortesía. Fui la esposa perfecta que todos esperaban ver.
Después de la ceremonia civil llegaron invitados. Algunos eran amigos cercanos de la familia, otros socios del señor Ernesto. Los invitados iban y venían, intercambiaban brindis y palabras aduladoras mientras la celebración se alargaba en la inmensa mansión de los Cazares. Para mí, todos eran desconocidos.
Aun así, me esforcé en sonreír, en dar la impresión de que encajaba en este mundo de falsedades y conveniencia.
Había evitado a mi madre toda la noche. No tenía nada que decirle, y la idea de cruzar palabras con ella solo hacía que la náusea en mi estómago se intensificara.
Entonces, sentí la mano de Esteban tomar la mía. Su agarre era firme, casi posesivo, y su voz me rozó el oído con suavidad engañosa.
—Ya es hora. Tenemos que irnos.
Mi cuerpo se tensó al instante.
—No quiero ir de luna de miel —susurré sin mirarlo—. Por favor.
Su expresión se endureció, sus ojos se volvieron fríos como el ac