29. Entrelazados por el destino
Emilia Díaz
Al fin.
Al fin era libre.
Tenía a mi hijo, al hombre que amaba y una vida entera por delante. Una vida por fin mía, sin cadenas, sin amenazas, sin miedo.
Apenas pusimos un pie en la mansión, eché a correr como si el corazón se me fuera a salir del pecho. Solo quería ver a mi hijito.
La sonrisa se me escapó, apenas crucé la puerta del salón principal. Ahí estaba, sobre la alfombra, rodeado de juguetes, jugando con Polita y Catalina, que se reían con él como si no existiera nada más en el mundo.
Catalina alzó la mirada al notar mi presencia. Había dulzura en sus ojos, pero también una pizca de curiosidad.
—¿Cómo te fue, Emilia? —preguntó con voz suave, atenta.
Mi pecho se llenó de emoción. Tenía tantas ganas de correr a buscar a Álvaro y gritarle al oído que por fin podía ser suya legalmente, completamente, sin ataduras del pasado. Pero primero necesitaba compartirlo con ellas, con quienes habían visto de cerca mi infierno.
—Esteban firmó los papeles —dije casi en un susurr