11. Una mentira más
Emilia Díaz
—La verdad, no sé si esta casa esté amueblada, es la primera vez que vengo —dijo Esteban cuando nos detuvimos frente a la enorme casona a las afueras de la ciudad.
La noche era profunda, el silencio envolvía todo a nuestro alrededor y la desolación hacía que el aire se sintiera más frío. Instintivamente, reafirmé el agarre de su mano, buscando su calidez.
—Mi padre la usa para reuniones importantes de negocios. Hace unos días me dio la llave porque en una semana comenzaré a trabajar con él en la empresa —añadió, sacando un manojo de llaves.
Metió la llave en la cerradura con cierta dificultad, tanteando a ciegas hasta que, finalmente, la puerta cedió con un leve chirrido.
Entramos de la mano, y al cruzar el umbral, me quedé sin aliento.
—¡Esta casa es enorme! —exclamé con asombro cuando Esteban encendió el interruptor de la luz.
Frente a nosotros se reveló una estancia majestuosa, amueblada con un lujo que jamás había visto de cerca. Los muebles, de madera fina, estaban ad