— Pero… — continuó él —, tú sabes tan bien como yo que uno no elige por quién late el corazón. Nadie controla lo que siente, por más que intente reprimirlo. Te juro que lo intenté. Dios sabe cuántas veces. Pero tú seguías allí, incluso en silencio, incluso lejos.
Ella no conseguía hablar. Solo lo es