XVII. No puedo más que callar, ante las verdades no dichas
Acaso lo había escuchado bien, de su boca se escuchó salir tal nombre.

— Un momento, dijiste Izra.

— Sí, escuchaste bien, efectivamente le he mencionado, acaso le conoces Emma.

Y rápidamente sin perder tiempo para evitar sospechas e interrogantes recalque.

— No, solo le he escuchado mencionar un par de veces; por Venecia suele ser motivo de murmuración entre los lobos.

Pero no, la verdad era otra y una bastante delicada, por cierto está demás decir, que si le conocía, pero no había forma de que confesará aquello, por lo menos no delante de Dominieck.

Aunque lo quiera negar tal nombre conforma una parte de mi pasado, uno el cual se encuentra cargado de dolor, lágrimas y desconcierto, lo cual forma parte de un pasado el cual prefiero no recordar, así que en un intento por cambiar la perspectiva de tal conversación casi de seguido le interrogue.

— Ya que estamos en estas me podrías explicar qué es lo que en verdad representan esos cuatro lobos porque al sol de hoy
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