Capítulo 19

La ruta era interminable, árida por momentos, húmeda por otros, pero siempre triste y vacía. Cada cientos de kilómetros, un puesto de comida, en general una parrilla que ofrecía sus servicios, además de salames, quesos, dulces, vinos pateros y en algunos casos verduras o productos típicos de aquella región.

    Rosario no tenía interés. Comía poco, porque ella así lo quería y porque Alberto casi que le daba las sobras.

     —Ceba unos mates. — Le ordenó Alberto.

  Rosario se agachó y comenzó a sacar todo. No hablaba.

     — Trata de hacerlo bien esta vez, así no vuelco nada.— Le dijo con un tono arrogante, soberbio, despreciable.

     —Si, discúlpame. — Respondió, con la mirada perdida y la garganta cerrada
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