Habían pasado semanas en las que Katherine no había cruzado una sola palabra con él.
Cassian la había encerrado en aquella habitación tras marcarla, sin explicaciones, sin caricias, sin promesas. Solo un portazo y el eco de una sentencia brutal en que la marcaba como suya.
Desde entonces, la habían mantenido vigilada día y noche. Dos machos custodiaban su puerta como si fuera una prisionera.
Katherine, sin embargo, no había gritado, ni llorado frente a ellos.
No les daría el placer de verla rota.
Pero por dentro... Estaba destrozada.
El vínculo aún incompleto la consumía lentamente. La marca en su cuello ardía en silencio, recordándole cada noche lo que había ocurrido.
El placer.
La desesperación.
El deseo y el dolor de saber que él no la amaba, que solo la había marcado por capricho pues no volvió a verla. O eso creía ella.
No sabía que él entraba en silencio todas las madrugadas cuando ella dormía y la observaba dormir desde la penumbra, de pie, sin tocarla, sin decir una palabra.
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