Un dolor infernal atraviesa su cabeza con punzadas delirantes.
“¿Qué sucede?” piensa Alena en medio de la confusión y en ese instante las imágenes de una horrible realidad llegan a ella.
Cómo después de haber avisado llena de ilusión que había entrado en labor de parto, Irvin “preocupado” la había cargado como todo un caballero, como su caballero hasta una habitación en la que jamás había estado antes.
— ¿Me cuidarás? — Le había cuestionado ella temerosa de enfrentar el parto pero con la ilusión de tenerlo a su lado hasta el final.
Se había concentrado tanto en el rostro de su hombre que ella no había notado a dónde la llevaba realmente, pero ¿por qué hacerlo si confiaba en él?
Aunque solo al entrar en la habitación Irvin, evadiendo su mirada se concentró en esposarla a la pared por cada una de sus extremidades…
— Cariño… ¿qué… ¿qué haces?
Sufrimiento… dolor… suplicas… mentiras… y en ese instante ella mueve sus manos para buscar su barriga, la cual ya no es la protección de su cachorro.
— No… no… no… — Repite ella como mantra con la esperanza que al repetirlo se vuelva una realidad.
Se lo habían quitado, le habían robado todo.
Alena se sienta a pesar del dolor, mira que está en la orilla de un rio, sin ropa, sin compañía, sin una forma de comprobar quien es ella.
— Mi hijo ¿Dónde está mi hijo?— Alena comienza a buscarlo desnuda y desesperada, pero después recuerda el rostro de Vero, y cómo observaba a su pequeño cachorro, con una esperanza que no había visto antes en ella.
— Tengo que regresar, exigir mi lugar y castigar a los traidores. — Dijo ella aunque solo le tomo dar un par de pasos saber que no sería tan sencillo.
“Tú atacaste a tu heredero, nada puede ser más horrible que ser una loca desquiciada que intenta asesinar a su propio hijo” esas habían sido las palabras exactas de Vero.
No sabía que día era, ni a cuanta distancia quedaba su castillo, incluso si habría alguien que la creyera…
— Si vas ¿que harás Alena?, ¿gritar a los cuatro vientos? ¿Suplicar para que alguien te crea? Para este punto deben tener ya una historia, no puedes llegar sin algo que te respalde.
En ese momento una mujer loba se arroja en su contra como si quisiera deshacerse de lo que quedaba de ella.
— ¡Dámelo! — Gritó la mujer desquiciada al mismo tiempo que la tomaba por el cuello.
Alena no entendía que quería que le diera si no llevaba ni ropa…
Pero después lo supo, y se puso a luchar contra la mujer.
Ya le habían quitado demasiado no iba a perder más.
En su cuello, Alena llevaba una cadena de oro, regalo de sus padres pero lo que era realmente valioso era el dije con una gema muy extraña y poco común.
Lo importante para Alena era que ese collar era su única unión con su familia, con su vida pasada, porque sí sabía que sería prácticamente imposible recuperar lo que ese par de bastardos le habían arrancado.
Aunque no se daría por vencida.
La lucha entre ellas dio inicio, había puñetazos y zarpazos por todas partes, pero la motivación de defender algo… lo que fuera, no abandonaba el alma de la reina, en cierto momento la invasora le dio un puñetazo a la morena justo en la boca del estómago.
Este golpe provocó un dolor intenso en Alena, no podía gritar, no podía moverse… o defenderse.
En ese momento la reina era poco más que un bulto en el suelo suplicante por un poco de aire, con su largo cabello color avellana cubriendo su rostro.
La mujer que por su ropa se veía que era humilde y de tierras lejanas, comenzó a revisar el pecho de Alena para encontrar el collar.
— Dámelo maldita, si no quieres que apriete tanto tu cuello que ya no vuelvas a abrir los ojos.
Alena no podía hablar aun sus pulmones estaban vacíos sin aire, pero solo de sentir que la mujer había encontrado el collar ella comenzó a moverse desesperada.
— ¡NO… NO! — Gritó ella tomando del cabello a la mujer y comenzando a rodar por el suelo.
Ambas estaban arrojándose y luchando por tener ventaja, en un momento que pudo defenderse Alena toma la cabeza de la mujer y la estampa contra el suelo.
Pero en ese instante la reina observa que la luz en los ojos de la mujer desconocida se apaga.
Ella aleja sus manos y se levanta del cuerpo de ella caminando en reversa.
— no... no… no… ¿Alena que hiciste?— se reclama.
En ese momento escucha unas voces de varios hombres.
— Nos falta una …— dice una voz gruesa.
— ¿Sabes su nombre? — cuestiona otro más joven.
— No, como me voy a saber el nombre de todas…
En ese momento Alena sentía su corazón latir en su garganta, su tiempo se estaba terminando y no sabía qué hacer.
— Seguro se fue por agua, o a orinar, solo falta una… yo iré a ver dónde se metió.- Dijo el dueño de la primer voz.
Alena corrió y tomó de los brazos el cadáver de la mujer, con todo su esfuerzo lo escondió detrás de unos matorrales altos.
“Ahora que hago… si corro la seguirán buscando” en ese momento, la reina recordó que estaba desnuda sin dudar un instante se puso a jalar el vestido de la mujer y rompió los tirantes.
Lo puso sobre su cuerpo e hizo un par de nudos para que se sostuviera.
Era hora de huir.
En ese momento Alena se giró para correr en cualquier dirección cuando la voz ronca se escuchó detrás de ella.
— Oye ¿ya hiciste lo que tenías que hacer? Nos tenemos que ir y no podemos llegar con cuentas mochas.
Alena se giró para encontrarse con un hombre de no más de cuarenta años fuerte y con rostro que emanaba peligro.
— Que vengas te digo… — repite el hombre acercándose a ella de forma imponente al mismo tiempo que con su enorme cuerpo tapaba los rayos del sol en Alena.
Debía irse, alejarse, huir… pero… ¿a dónde? No quería saber a qué clase de infierno la meterían ahora.