Capítulo 4.

La carreta en la que Alena se oculta solo la aleja cada vez más de la dirección en la que debería estar acunando a su cachorro.

Sin embargo ella misma se sorprende al descubrir que en el horizonte se abría una imagen imponente.

Un castillo que estaba plagado de guerreros protegiendo cada uno de los pilares del lugar, pero la construcción en lugar de erguirse en busca de sobresalir del ambiente era como si buscara mezclarse, cosa extraña e intrigante.

“Debe ser una manada pequeña” piensa ella “ Aquí tomaré fuerza y buscaré la manera de regresar a luchar por mi pequeño”

El ambiente estaba frío y tétrico y nadie podía decir una sola palabra…

— Espero que con esto cubramos la cuota necesaria…—Dice uno de los hombres con voz resignada.— Ya estoy harto de  traer criaturas desdichadas a este horrible lugar.

“Horrible lugar ¿Tendré que luchar por salir de aquí? “ Se cuestiona Alena al mismo tiempo que comienza a observar el camino en caso de necesitar huir.

— Yo solo espero tener mis monedas y después largarme muy lejos de aquí, no quiero encontrarme de frente con el Alfa Randolf.

“¿Randolf?” Piensa Alena ese nombre le parecía familiar pero no recordaba de dónde…

En ese momento se detiene la carreta, y uno de los hombres el más gordito grita con asco.

— Bájense necesitamos hacer esto lo más rápido posible…— Las mujeres se mantienen en completo asombro, muchas tenían días en los que no se les había permitido salir de esa especie de jaula y sus cuerpos lo habían resentido.

— ¡Que salgan!— Grita una mujer al mismo tiempo que les arroja una cubeta con agua helada con hielos, muchas de ellas se mueven desesperadas por bajar y los hombres las iban acomodando en una especie de fila.

Alena se baja y se acomoda al final del lugar al mismo tiempo que comienzan a contarlas como si se tratara de ganado.

— Dieciocho, diecinueve— La mujer comienza a renegar con las manos agarradas en la espalda con actitud militar. — No son suficientes… — Declara con tono seguro incluso como si tuviera más poder que los tres hombres frente a ella.

— ¡Cómo que no! — Grita uno de  los hombres ese que se había mantenido en silencio casi todo el camino…

Sin embargo todo pasa demasiado rápido, la mujer que se veía vieja y apenas se movía transformó su mano en zarpa y la envolvió en el cuello del hombre.

El rostro humano de la mujer ahora estaba transformado en la de una loba y  sus colmillos destilaban un líquido color ámbar que Alena jamás había visto antes…

“¿Qué cosa es esta mujer?” Piensa Alena  al mismo tiempo que daba un paso hacia atrás impresionada.

La mujer podía controlar hasta qué grado llegaba su transformación… Eso era increíble.

— ¡Aquí está! ¡Aquí está! —— Grita otro de los hombres — ¡Suéltalo Minerva! ¡Él es nuevo!

En ese momento una joven  es jalada de forma brusca, mientras intentaba mantenerse escondida en medio de unas cajas de madera.

— Suéltame... por favor…— Decía la joven al mismo tiempo que jalaba su muñeca.

Pero todo fue inútil el hombre la arrojó sin piedad hacia el suelo rodando en el impacto.

— Aquí está la numero veinte… Ahora danos las monedas para largarnos de este horrible lugar…— continúa el hombre al mismo tiempo que observa en todas direcciones en busca del Alfa  que tanto temían.

Escupe al suelo y camina hacia Minerva, quien suelta con desprecio al hombre  dejándolo caer de manera brusca al suelo y se limpia la mano en su ropa.

— Son débiles— Al ver que el hombre trastabillaba hacia atrás de los otros dos Minerva pone los ojos en blanco— Y cobardes, no iban a  sobrevivir demasiado frente a mi señor.

— Por eso queremos largarnos de aquí, sólo paga lo acordado…

En ese momento el sonido sordo se escucha en el suelo la bolsa de cuero con el oro y el hombre se arroja como perro por comida por ella.

— Lárgate y no quiero verlos si no me traen todo completo…— en ese momento la mujer recordó la presencia de todas las mujeres y gritó  ahora son parte de este castillo, sus vidas, sus nombres, incluso sus pensamientos deben quedar atrás. Solo existen para servir y no hay otra opción.

Los jadeos comienzan a escucharse alrededor y Alena busca una manera de escapar de ahí pero ¿cómo? para ese momento ya habían sido rodeadas por varios guerreros que doblaban su tamaño.

Sin otra opción ella siguió a las demás mujeres hasta encontrarse en una pequeña cabaña donde fueron atacadas con chorros de presión de agua que casi llegaba al punto de la congelación.

— Son horribles, miserables e indignas, sin embargo la suerte les sonríe ahora podrán trabajar para una causa donde sus vidas podrán cobrar valor…— Gritaba Minerva, al mismo tiempo que las ropas de las mujeres eran arrancadas por dos hembras fuertes e imponentes.

 Alena se giraba tiritando al notar que solo había una puerta y era flanqueada por dos guerreros enormes…

— Ahora serán revisadas,—  todas tenían que usar un vestido diminuto que sólo cubría lo indispensable, pechos y vientre— Nada de su vida pasada será aceptado, no queremos lazos,  no marcas de pertenencia, no posesiones personales, no queremos ideas que contaminen.

— ¡No! ¡no! ¡no!—Grita una mujer al mismo  tiempo que le arrancan una pequeña pulsera de la muñeca haciéndola mil pedazos— ¡Es de mi madre!, ¡por favor!— Grita la mujer entre lágrimas.

En ese momento Alena recuerda su collar de forma discreta levanta su mano y arranca el collar para quedarse sólo con la gema en su mano y apretarla con todas sus fuerzas detrás de su espalda.

Su cuerpo estaba tembloroso por el frío al que se enfrentaban pero la decisión brillaba firme en sus ojos, lucharía a muerte por ese pequeño recuerdo que tenía en sus manos.

Minerva se coloca frente a ella, el aura de esa mujer imponía poder, y autoridad.

—Es tu turno— Declara ella al mismo tiempo que la mira hacia abajo, algo increíble ya que Alena era más alta que la vieja mujer.

Minerva la toma por el brazo y observa cada parte de su cuerpo como si fuera un mueble y buscara alguna clase de defecto.

— mmm … mmm … — Decía la mujer y cuando Alena siente que la quiere girar para buscar en sus manos y detrás de su cuerpo.

Ella se tensa para comenzar a luchar…

— El Señor ha llegado…—  La voz imponente de un macho hace eco en el lugar y solo esa frase provoca que el agarre de Minerva se apriete de manera brusca alrededor de su brazo…

“Diosa, ayúdame a salir de aquí con el cuerpo completo” Piensa Alena al mismo tiempo que su mirada se conectaba con la de la horrorosa mujer.

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