El susurro de los cascos chocando contra la tierra cortaba en silencio como un cuchillo, el ambiente cargado de tensión entre el general y sus soldados era palpable, pues todos sabían que iban rumbo a una sentencia de muerte ya firmada, no propia, pero si cerniéndose sobre la criatura inocente que viajaba, ignorante a todo mal, dentro del carruaje.
Los caballos y los soldados detuvieron su andar ante una simple orden del general, quien con un movimiento tal ágil como elegante, bajo del caballo, acercándose al carruaje y abriendo la puerta, encontrando a la mujer observando; por la ventanilla contraria, hacia el exterior.
— Su alteza, tomaremos un descanso, los caballos necesitan beber agua y los hombres alimentarse — Aisha asintió con un simple movimiento de cabeza antes de observar con atención la mano que se le era ofrecida, pues el general había extendido su mano hacia ella como ofrecimiento silencioso de ayuda para bajar del carruaje.
Dudo por un instante, no acostumbrada a tales atenciones, antes de que sus dedos rozaran con ligereza los ajenos; un leve hormigueo recorrió el cuerpo del general ante el cálido contacto, haciéndolo fruncir el ceño confundido.
Cuando Aisha bajo del caballo ocupo un lugar junto al carruaje, lejos del resto de soldados que la observaban con curiosidad, el general le ofreció un tazón de comida que ella tomo, comenzando a comer en completo silencio, esforzándose por ignorar las miradas indiscretas que se cernían sobre ella.
Los soldados no podían evitar observarla, preguntándose ¿a qué se debería las notables diferencias físicas de la mujer con el resto de su tribu?, ¿habría algo mal con ella?
— General — llamó después de un rato, cuando Dain poso su mirada sobre ella noto que esta ni siquiera lo miraba, sino que observaba la naturaleza, quizás extrañada por la ausencia de nieve a comparación con el cruel invierno que ya azotaba a su aldea — podría por favor pedirles a sus hombres que dejen de mirarme de esa manera, me hacen sentir incomoda — finalmente sus ojos se centraron en él y no pudo evitar perder en ese par de posos llenos de misterios que representaban los ojos de la mujer.
Dio un par de pasos hacia ella, Aisha retrocedió ante la impotente figura del general que termino por acorralándola contra el carruaje, el general apoyo su brazo sobre la fina madera mientras se inclinaba hacía ella.
— Por la forma en que te enfrentaste a aquel hombre, podría jurar que eras mucho más valiente, alteza — su voz apenas superior a un susurro, sintió como su aliento al suspirar se mezclaba con el aliento del general quien con una de sus manos coloco un mecho de cabello tras de su oreja antes de dejar una caricia, que le quemo la piel en una sensación placentera, sobre su mejilla — supongo que me equivoque.
El general deseo alejarse, pero ante de siquiera pensar en hacerlo, cayó hacia adelante ante la debilidad de su propio cuerpo, su rostro quedando oculto contra el cuello de la mujer — m****a — logro articular apenas antes de caer en la inconsciencia.
— ¡Ayúdenme a subirlo al carruaje! — grito Aisha, colocando sus manos sobre el pecho masculino intentando sostener su peso lo mejor que podía, rápidamente un par de soldados, vestidos totalmente de negro; sujetaron al general para evitar que su peso aplastara a la concubina enviaba para el octavo príncipe.
Por órdenes de la mujer lo subieron al carruaje, recostándolo sobre el suelo de este, Aisha se observó las manos manchadas de sangre, SU sangre.
— «¿Vino herido a escoltarme?, ¿tan importante es su deber con el príncipe?» — se cuestionó mentalmente la mujer antes de subir al carruaje junto al hombre herido, el general estaba ardiendo en fiebre, su ropa estaba manchada de sangre, en un acto atrevido Aisha decidió cortar su camisa, dejando al descubierto una significativa herida que ahora sangraba.
— Ni los Nyrithar pudieron sanar esa herida — informo uno de los soldados.
— Por favor tráigame agua, necesito limpiar la sangre — pidió, mostrando sus manos aun manchadas por la sangre del general, observo las facciones del hombre deformadas por quejas de dolor — debe estar sufriendo mucho — se lamentó, si tan solo ella tuviera un poco del poder que poseían los Nyrithar, podría al menos ayudar a alivianar su dolor.
El soldado de antes le trajo una vasija con agua, donde ella sumergió un pañuelo comenzando a limpiar la mortal herida.
— Si tan solo pudiera hacer algo — se lamentó en voz baja, mientras apartaba un medallón del pecho del muchacho, frunció el ceño tomándolo entre sus manos para observarlo con cuidado, era un lobo aullando a la luna. El recuerdo la golpeo con fuerza.
«Si el lobo herido lave tu mano, no le niegues tu sangre… porque hasta la noche más oscura guarda secretos que curan»
Había dicho su madre alguna vez, ella nunca entendió a que se refería con exactitud, su madre a veces hablaba con tanto misterio que le era difícil comprender.
Aparto la manga de su vestido, observando los finos hilos azules que formaban sus venas.
— ¿Sera acaso que… — la pregunta quedo suspendida en el aire mientras observaba al general inconsciente, él era el lobo herido que necesitaba lamer de su mano… así que tomo una daga anudada en el cinturón del general, su mango era negro con un lobo dorado tallado, con toda la delicadeza que pudo poseer perforo las puntas de sus propios dedos, observo los finos hilos de sangre que de estos brotaban.
Dejo la daga de lado antes de, con sus dedos intactos, rozar los labios del general, enmarcándolos a detalle antes de abrirlos para ella, dejando caer gotas de sangre en su boca. No pasó nada.
— ¿No sería suficiente sangre? — se cuestionó, tomando una vez más la daga entre sus manos, tan solo unos segundos después, unas fuertes manos sostuvieron sus muñecas y con un movimiento audaz termino recostada del suelo, el general cerniéndose sobre ella como un depredador que finalmente ha capturado a su presa.
— ¿Qué cree que hace, su alteza? — la pregunta fue calmada, pero su tono de voz fue capaz de provocar que el corazón de Aisha latiera desenfrenado, el aliento cálido del general choco contra la piel de su rostro.
— Suélteme… o gritare — el general le dedico una sonrisa felina, peligrosa.
— ¿También gritaras cuando caigas en manos del príncipe? — la burla estaba plasmada en sus ojos.
— ¡Suéltame!... no intentaba atacarte, solo te estaba curando… tu herida era muy grave — el general frunció el ceño, preso de la confusión ante las palabras ajenas, era cierto, el dolor había desaparecido. Miro su pecho, topándose con su piel libre de imperfecciones.
— ¿Cómo lo hiciste?, ni siquiera los de tu tribu pudieron sanar mi herida en su totalidad — cuestiono, posando sus ojos dorados en la figura femenina.
— Con mi sangre — respondió, sus ojos se cristalizaron mientras veía sus manos, lentamente un nuevo nudo se formó en su garganta al recordar a su madre… ella, ella pudo haberla salvado, si tan solo hubiera sabido — la profecía de mi madre se cumplió… mi sangre salvo al lobo herido — los sollozos estallaron en un grito desgarrador, su madre lo sabía… sabía que su sangre tenía el poder de sanar y aun así prefirió morir… morir para que ella cumpliera su destino.
«¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué prefirió dejarme sola con este poder... y este precio?»
En un acto instintivo, el general la envolvió con sus brazos, en un abrazo protector, mientras ella se deshacía en lágrimas de dolor que no podía ser contenidas.